Lo bueno de haber sido niño son los recuerdos. En ese
momento uno piensa que lo pasa fatal, obedeciendo a los mayores, siguiendo
legados que no entiende, no pudiendo ser uno mismo en ninguna circunstancia
social.
Luego pasan los años y ese mundo que uno veía como un cuento
de hadas se va transformando… nuestra mirada se va develando y nos muestra la
calle, las personas, como realmente son… y del cuento de hadas pasamos a la película
dramática.
Creo que es más fácil ser uno mismo (no están los padres
para impedírnoslo ni para protegernos del vuelto) Pero se sale al ruedo, se
enfrenta el viento de frente, se siente frío, se siente hambre, se siente la
soledad cruda y áspera…
El sistema nos capta en sus engranajes y es imposible darle
vida a todas las utopías que nos alentaban a querer crecer de una vez por
todas.
Después de las primeras bofetadas de realidad, podemos
recurrir a la memoria emotiva y rescatar aquellos momentos inocentes, felices,
genuinos, donde en realidad éramos nosotros mismos, en nuestra cabeza, cuando estábamos
solos, en aquella habitación, la única habitación que recordaremos como nuestra
desde el rincón del armario hasta el último centímetro de pared.
Y esos sueños, recuerdos, nos devuelven la primer mirada,
son la bocanada de oxígeno que precisamos para poder cambiar algo, para creer
que el mundo aún puede ser ese lugar que alguna vez soñamos sin siquiera verlo